Fuentes: RIA “Nóvosti”, Vesti-RU, lenta.ru, Fergana.ru y BBC.
La Agencia Efe informó de que un supuesto islamista perseguido por la policía uzbeka se inmoló en su casa en Tashkent, antes arrojó una granada de mano que hirió a tres personas.
A finales de1991, Yeltsin, para quitar la Presidencia a Gorbachov independizó a Rusia del Asia Central. Y así países como Uzbekistán se encontraron con una independencia que no había pedido. El secretario general del Partido Comunista, Islam Karímov, se transformó en Presidente y dicho partido cambió su nombre por el de demócrata y nacional. Los intelectuales y opositores se hicieron ilusiones de que habría más democracia, como poco al nivel de Rusia. Pero la democracia no llegó. Por el contrario, Islam Karímov sumó la burocracia soviética y la dictadura al estilo de los países musulmanes.
En 1992 , la oposición democrática -entonces había dos partidos Erk y Berlik (Unidad)-, fue físicamente anulada, mediante palizas, torturas y detenciones. Entonces
yo dirigía el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Complutense en Moscú y visité Tashkent para contratar a un economista y un periodista uzbecos. En el hotel coincidí con la corresponsal de CNN, una rubia irlandesa llamada Shevan, ambos intentamos entrevistarnos con el líder de uno de estos partidos, que estaba hospitalizado tras recibir una brutal paliza policial, pero no nos lo permitieron.
El mismo año en que la policía aniquiló la oposición democrática; la islámica pasó a la clandestinidad. Dividiéndose en dos organizaciones: una interna y política Hizb
ut-Tahrir (Partido de la Liberación), que renuncia expresamente al uso de la violencia y a la que sin embargo el Fiscal General de Uzbekistán, Rashid Kadirov, atribuyó ayer por vez primera un acto terrorista. Y otra: el Movimiento Islámico de Uzbekistán, cuyos miembros tomaron las armas y participaron en las guerras del Asia Central.
El fundador de esta segunda, Dzum Namangan, ex paracaidista del Ejército Rojo, combatió en la guerra civil del vecino Tadzhikistán, junto a los talibanes en Afganistán y se le dio por muerto en la guerra de Chechenia en el 2001. El actual dirigente del Movimiento Islámico de Uzbekistán es Tahir Yuldashev, estaría según datos de inteligencia rusa en estas semanas combatiendo con al-Qaeda y los talibanes en la frontera afgano-pakistaní.
El auge de los islamistas, en tanto que única fuerza opositora superviviente, fue seguida de una aún mayor represión policial, sin favorecer libertades civiles, ni de prensa ni cauces de participación política. Todo ello en un entorno de serios problemas sociales y económicos que el sistema burocrático no permite expresar. La clave del conflicto es la exclusión del poder de las grandes masas de población del fértil valle de Fergana, por parte de los círculos de Tashkent, próximos al Presidente.
El enfrentamiento entre el Gobierno de Karímov y los islamistas no es nuevo, dura más de una década. En 1999 ya se produjeron atentados en Tashkent con coches bomba, que causaron 20 muertos, y poco después una guerrilla de mil hombres atacó el valle de Fergana, desde el Estado vecino de Kirguistán. Los combates duraron tres meses y la aviación uzbeka llegó a bombardear pueblos kirguices. Tampoco son nuevos los objetivos: las comisarías y puestos de policía. La mujer suicida de Tashkent fue interceptada por un agente antes de llegar a la cercana comisaría.
Las autoridades uzbekas insisten en vincular la cadena de atentados y tiroteos de estos días, más parecidos a un intento de derrocamiento del régimen, con la guerra global entre EEUU y al-Qaeda, a fin de beneficiarse de la solidaridad internacional que ha suscitado el 11-M de Madrid, y distraer así la atención sobre su autoritarismo y la difícil situación interna en su país.
Pero señores Tashkent no es Madrid. Y los niveles de libertad de expresión, prensa, asociación y movimientos que goza la población, incluida la musulmana, en España no tienen nada que ver con Uzbekistán.
La vinculación con el terrorismo internacional existe, aunque no es determinante. Es cierto que desde el 11-S, Uzbekistán colabora con los EEUU, concediéndoles el usufructo de una base militar en su guerra contra los talibanes. También lo es la implicación de Uzbekistán en la guerra afgana, en apoyo de Dostum, un señor de la guerra dueño de la ciudad norteña de Mazar-e-Sharif. Y también que muchos islamistas uzbekos encontraron refugio en el Afganistán de los talibanes, llegando algunos a colaborar después de su caída con al-Qaeda. Además, según el Centro de Estudios Estratégicos y Políticos de Rusia, las guerrillas del Movimiento Islámico de Uzbekistán obtienen fondos de fundaciones wajabíes y del tráfico de opio y piedras preciosas.
No obstante existe una posible solución en el positivo ejemplo de su país vecino: Tadzhikistán, donde se ha puesto fin de forma negociada, gracias a la mediación de Rusia, a una guerra civil iniciada también en 1992, entre la guerrilla islámica, la UTO (Unión Tadzhika Opositora, dirigida por Nuri) y un Presidente, Emomalí Rajmonov, que era tan autoritario como el uzbeko. Bastó con crear un Gobierno de Coalición para que Tadhikistán se haya convertido en un país relativamente tranquilo, pese a estar entre Afganistán y Uzbekistán, y ser uno de los más pobres del Mundo.
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Antonio Romea Rodríguez.
Intérprete de Ruso, Arabista.
Trabajó en Moscú para la Agencia Nóvosti, EFE y la Universidad Complutense.
Fue locutor de Radio Moscú y corresponsal de Onda Madrid.