IV
OKRUZILI!
(El Cerco)
Hasta a la muerte te acostumbras. Seguíamos viviendo, bromeando y combatiendo, éramos tan jóvenes.
Comida, tabaco y vodka no faltaban. Sí, ya sé que hacía mucho frío, pero éramos jóvenes y rusos.
En una ocasión tuve suerte, en vez de comer de pie encontré una pequeña piedra que sobresalía en la nieve.
No había empezado el deshielo, así que era una suerte encontrar un sitio en el suelo no cubierto por la nieve y el hielo.
Me senté y comencé a comer con el plato en las manos. Después me puse tan cómodo como en los restaurantes de mi lejano Moscú. Sentado sobre una manta, usé la roca como mesa.
Sólo tras haber comido, noté algo raro al retirar mi plato. ¡Acababa de comer sobre el cráneo de un compañero mal enterrado!
Sus cuencas hueras me miraban y ni siquiera pude vomitar.
Seguíamos combatiendo agotados, día tras día, los alemanes ganaban terreno. Nashi(3) habían tenido que retroceder mucho, estábamos más lejos que nunca de la orilla del Volga. El enemigo consiguió ganar terreno a nuestros flancos y abría fuego contra nosotros desde tres direcciones distintas. Nos aterraba la idea de que de un momento a otro nos iban a rodear.
De repente, sin que nadie comprendiese por qué, la radio de campaña dió una noticia increíble: Okruzili! (Les hemos cercado).
- ¿Quién a quién? -pregunté al soldado que junto con la comida había traído la noticia.
- Nosotros a los "Fritz" (ellos eran los "Fritz" y nosotros los "Ivanes").
- ¿Estás seguro de haber oído bien?
- Kaniechna! (4)
Mis ojos veían lo contrario. Era difícil creerlo. Pero sólo el hecho de pensarlo nos dio fuerzas para luchar con mayor coraje y a la semana y media era una realidad palpable. Todavía no habíamos vencido, ni tomado la ciudad, y pese a todo nos desbordaba el entusiasmo, era un rayo de esperanza.
Por primera vez desde Junio de 1941, nuestro Ejército, nuestro pueblo no retrocedía ante el invasor. ¡Podíamos hacerle frente y hasta cercarle!
La Vertmacht estaba empezando a no ser invencible.
Era Noviembre de 1942.
V
GRACIAS KATIUSHA
Las Katiushas fueron la clave de la victoria. Gracias a ellas pudimos apretar el cerco, acosar de verdad al enemigo, causarle bajas, hacerle retroceder posiciones.
Katiusha, diminutivo de Katia, era el nombre cariñoso que dábamos a las rampas lanzacohetes instaladas en camiones.
Disparaban en menos de un minuto hasta veinte proyectiles, según la cantidad de tubos lanzacohetes que tuviesen instalados. Los cohetes salían uno tras otro, dejando tras de sí una estela de fuego. Raudo tras haber soltado su andanada destructiva, el camión se desplazaba a otro punto para que la artillería germana no pudiese localizarlo. Así actuaban siempre.
Creo que durante toda la guerra de las katiushas los alemanes sólo vieron los proyectiles, no sé de ningún caso en que les diese tiempo a batir ninguna.
En el cerco participaron muchos Ejércitos, recuerdo
el 62, en el que yo combatía y el 64. La impresión para un soldado como yo era caótica. Si me preguntan como fue la guerra, sólo puedo decir que corríamos y nos tirábamos cuerpo a tierra, al poco otra vez a correr y a echarse a tierra cuando nos disparaban.
Durante el cerco de Stalingrado se hicieron famosos entre la tropa varios Generales. Uno de ellos por su salvajismo, era el General Chinko. No sé como gentes así podían llegar a Generales del Ejército Rojo.
Mi destino se cruzó con el suyo sólo una vez. Nos trasladaban de un lado a otro del frente en camiones. Nos cruzamos con otro convoy y nos avisaron que a apenas un kilómetro detrás de ellos venía el General Chinko. Los soldados de mi compañía que ya le conocían saltaron de los camiones y corrieron a esconderse en el bosque.
Se decía que le gustaba pasar revista a la tropa y buscaba cualquier excusa para cruzarte la cara de un fustazo. Ordenaba fusilar en el sitio a quien le venía en gana. Le agradaba comportarse como un señor de la guerra, y en aquel lugar no había más leyes que la fuerza, el mando podía hacer lo que quisiera.
Se llegó a decir que hasta Stalin le tuvo que ordenar que pusiese fin a los "malos tratos" en el frente.
En aquella ocasión su jeep y el de sus acompañantes pasaron de largo, junto a nuestro convoy.
Seguímos camino, por así llamarlo. Churchill había dicho que en Rusia no hay caminos, sólo direcciones. Quien haya estado aquí comprenderá de qué hablo.
Durante aquel viaje sentí el frío como nunca, hacía una ventisca terrible. El cuerpo, la cara, los pies, la cabeza... sentías como te empezabas a congelar a pesar de los abrigos, gorros, guantes. Todo el tiempo te frotabas, te echabas el aliento, luchabas por no quedarte dormido. Yo me metí una mano bajo la axila y la otra en los testículos, con perdón.
¡Góspodi (1), al diablo los pies, todo lo demás, pero haz que no pierda las manos! ¡Qué no pierda las manos y algún día seré músico!
Relato de Antonio Romea (Para encargar libro completo. Ediciones de autor: Samizdat. Solicitarlo en comentarios. Se envía por correo previo pago o contrareembolso.10 eu)