La estabilidad y prosperidad económica alcanzada por Moscú desde que Putin sustituyó al errático Yeltsin, y superó la terrible transición socio-económica que atravesó el Estado ruso a final de los años 90, es un hecho positivo.
Pero se trata de una prosperidad que no es igualmente compartida por el resto de las regiones de Rusia,
Y menos aún por la Repúblicas del Cáucaso Norte, especialmente Chechenia y Daguestán. Pese a que el Kremlin ha realizado grandes inversiones en dichas regiones, la mayoría de los fondos se quedan en los bolsillos de sus dirigentes y burócratas locales y en la realización de obras majestuosas que crean una falsa apariencia de prosperidad, mientras que la población civil vive una dura realidad de privaciones, temor y brutal represión.
La segunda guerra de Chechenia, fue iniciada a finales de los años noventa por Putin para vengar unos atentados no aclarados contra viviendas obreras en Moscú y sus consecuencias duran todavía, en forma de atentados terroristas y en la represión de la población. Aquel ataque ruso provocó la tragedia del millón y medio de habitantes con que entonces contaba Chechenia. Su capital, Grozni, quedó arrasada tras la conquista rusa. En ella vivían 300.000 personas y no quedaban más de 40.000 escondidas en los sótanos, cuando entraron los rusos.
Hoy en día, la mayoría de la población civil permanece a merced de la violencia y juegos de poder tanto del Presidente Chechenio Kadirov, cuyo padre murió en atentado, y de los abusos de sus policías, como de los actos terroristas. Existe una censura total de prensa y miedo a expresarse libremente. La población civil vive rehén del conflicto. Con que se mejorasen los derechos civiles, el derecho a un retorno a su hogar con garantías de seguridad y se crease empleo , los terroristas perderían mucho de su apoyo y se quedarían aislados los que son fanáticos de la yihad internacional, financiada por fuentes exógenas al conflicto. El conflicto se ha extendido a la República vecina de Daguestán, dónde hay muchos refugiados chechenos y el radicalismo islámico va en aumento. En Daguestán, capital Majachkalá, se han producido numerosos ataques mortales contra policias y tiroteos con las tropas especiales de Moscú (OMON).
Cuando un checheno o una de sus viudas está dispuesta a inmolarse ante el Parlamento o en el Metro de Moscú es porque no le quedan ni marido, ni hijos que cuidar, ni casa, ni patria, ni ganas de vivir.
No le quedan esperanzas y ésto último, es lo que no comprenden los poderosos : los Bush, los Sharon o los Putin cuando invaden países y arrebatan tierras, vidas, riquezas y petróleo. Cuando saquean museos como el de Bagdad o bombardean ciudades, como Gaza, Faluya o Grozni. Cuando las gentes sencillas pierden sus ahorros, trabajos, el agua, la electricidad, y hasta la propia casa, cuando escasean los alimentos y son matados los seres que se aman. Cuando no hay trabajo, más que de policía o mercenarios de los nuevos dueños del país, ya sean multinacionales petroleras o burócratas despóticos. Es entonces cuando surgen los terroristas suicidas.
Eso es lo que no quieren comprender, cegados por la codicia y la soberbia del poder que les aíslan de la realidad. No comprenden que la pobreza necesita una luz de futuro, una esperanza, llámese comunismo, nacionalismo, Islam o Virgen Macarena, Esperanza de los pobres.
En algunos líderes mundiales existe esa naturaleza amoral, a veces llamadas “intereses geoestratégicos”, o sea el deseo de enriquecerse y dominar a los demás, pero no se debería abusar del poder hasta extremos que lleven a las personas a la autoinmolación ni al suicidio terrorista. Créanme si alguien tiene lo necesario para vivir y a sus seres queridos no hay Dios, ni ideal que le persuada de suicidarse sólo para llevarse a sus opresores por delante.
Pero si las condiciones de vida de la población civil no mejoran, me atrevo a pronosticar que lamentablemente habrá atentados terroristas suicidas en el Cáucaso, en Iraq, en Afaganistán y en Palestina durante otra década, si no más.
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Antonio Romea, Intérprete de ruso, arabista (UAM) y Analista de Política Internacional, fue delegado en Moscú de la Universidad Complutense durante la primera guerra de Chechenia.